Por Prudencio Bustos Argañaraz. Historiador. Ex legislador provincial
"Es preciso, por encima de todo, mantener vivo nuestro odio y alimentarlo hasta el paroxismo. (...) Odio como factor de lucha, odio intransigente al enemigo, odio capaz de llevar al hombre más allá de sus límites naturales y transformarlo en una fría, selectiva, violenta y eficaz máquina de matar". Ernesto Guevara, 16 de abril de 1967.
Paradójicamente, el marketing capitalista ha convertido en un ícono a uno de los más encarnizados enemigos del capitalismo. Hoy cientos de jóvenes llevan en sus remeras la imagen de Ernesto Che Guevara, la gran mayoría sin tener la menor idea de quién se trata.
Lo que resulta increíble es que quienes sí lo saben persistan en rendir homenaje a este asesino serial, autor de centenares de muertes de inocentes y responsable de otras miles, cometidas por las bandas de delincuentes terroristas que ensangrentaron nuestro continente en la década de 1970, a las que ayudó a formar y a entrenar.
Y
responsable también de la más cruel tiranía que hasta hoy soporta el pueblo cubano, de la mano de un
monarca atornillado desde hace medio siglo al trono, desde el cual conculca las libertades y atropella los derechos de sus propios compatriotas.
Resulta inverosímil que
quienes se autoproclaman defensores de los derechos humanos rindan pleitesía a estos violadores consuetudinarios de esos mismos derechos que dicen defender. Cuesta entender cómo
los mismos que condenan las aberrantes violaciones de nuestra última dictadura rinden homenaje a quien las cometió a escala continental y lo sigue haciendo hoy.
Me gustaría preguntarles a los admiradores del terrorista Guevara y del autócrata Castro, si también quieren que en la Argentina desaparezca la propiedad privada, que los únicos medios de prensa sean del Estado, que el partido único sea el del dictador, que quien opine diferente al Gobierno sea encarcelado y quien lo critique fusilado, y que el que intente huir -ya que salir libremente no se puede- merezca una condena a cadena perpetua.
Pretender exaltar estas figuras abominables a la categoría de próceres es una dolorosa demostración de nuestra decadencia moral. Difícilmente podremos reconstruir en nuestro país un ámbito de convivencia respetuosa y armónica, mientras rindamos homenaje de héroes a quienes hicieron de la violencia, el terror, la tortura y la tiranía su medio de vida.
Si queremos afianzar el sistema republicano y la democracia, consolidar la paz y desterrar para siempre la violencia, es menester condenar sin eufemismos ni reservas a todos los que se valieron de ella para imponer sus ideas, sin importar cuáles sean éstas. De lo contrario caeremos en la flagrante contradicción de querer justificarla en algunos porque simpatizamos con los regímenes que propiciaron, lo que se asemeja más a la venganza ideológica que a la justicia.
© La Voz del Interior